domingo, 13 de agosto de 2017

Última ofrenda

       Un fantasma que permanecía anclado a la dimensión física, vagaba por la ciudad, observando gente de todas las edades, con atención, analizándolos, otras veces salía del teatro para entrar al cine, y de ahí, algunas veces continuaba su derrotero metiéndose en un recital, aunque ya no lo atraían desde la vez que la potencia de los parlantes había tornado insufrible la vibración que amenazaba con desintegrarlo si no abandonaba el recinto.
       No recordaba haber muerto, y por eso no se convencía de estarlo, pero por alguna razón los espejos lo ignoraban, y ante las opciones, ser un fantasma era más lógico que ser un vampiro.
       De muerte no violenta, su apariencia no tenía heridas. Vestido de traje, apareció cerca del río, desmayado a metros de la orilla. Lo primero que hizo fue revisar sus bolsillos, estaban vacíos, y supo que no tendría manera de llamar a casa, y emprendió el regreso. Luego de agotadores kilómetros llegó, intentó agarrar el picaporte de la puerta principal, se asustó mucho cuando su mano lo atravesó y siguió de largo. No supo qué hacer, deseaba despertar pero no dormía. Comenzó a llamar en voz alta a su esposa, a su hija, pero nadie abría ni le contestaba desde el otro lado. Despacio acercó una mano hacia la puerta, hasta que la punta de los dedos atravesó la madera. Hacer eso no parecía revestir peligro, cerró los ojos, y avanzó. Los abrió y estaba en el living de su casa, y en el sofá su hija viendo televisión. La llamó por su nombre, ella lo ignoró. Extrañado, le silbó y saludó con una mano vehemente, pero su hija seguía ignorándolo. Un leve terror comenzó a ganar todo su ser. Avanzó buscando a su esposa, pensando que su hija lo habría ninguneado por algún motivo personal, cualquier ocurrencia era preferible a saberse muerto, incluso podía tratarse de un viaje astral. Llegó a su habitación, su esposa leía recostada, la saludó y ella tampoco pareció advertirlo, él reafirmo la idea de que se trataba de un viaje astral o algo similar, y se acostó a su lado, sin lavarse los dientes ni desvestirse, y un minuto después estaba durmiendo. Al despertar se encontró solo, era día laborable, y su esposa, que dejaba la casa antes que él, no lo había llamado. Se levantó dispuesto a ducharse, pero cuando no pudo abrir el cajón de la ropa interior ya no pudo seguir negándolo: era un fantasma.
       Salió triste de su casa, pensando que en ese instante dejaba de ser su casa, y entonces se demoró aun más en trasponer la puerta de ingreso, cerrada.
***
       Sabía que lo que se dice un alma en pena, era el fantasma que por apego queda atado a un objeto de deseo, el cual puede ser una persona o una cosa. Ese apego no lo dejaba trascender el plano físico, y así es como él se encontraba, aún en la Tierra, en su barrio.
       Tirado en la vereda, con peatones que lo esquivaban, y otros más osados que lo saltaban con discreción, se encontraba, de nuevo, visible. Los primeros días pasó desapercibido, hasta el punto de sentirse tan solo que se dejó estar, tirado, con el ánimo en ruinas, en una vereda, de baldosas acanaladas, que miraba a ras del piso, acostado, con el Sol quemándole la piel del rostro, hasta que se levantó de ahí en busca de sombra. Iba por la vereda y en sentido contrario se acercaba una señora, alcanzaron al mismo tiempo el punto donde una luminaria se interponía y dificultaba el paso, él giró y se detuvo, de espaldas a la pared, para no atravesarla, la señora entonces aprovechó el gesto y agradeció al pasar junto a él. Asustado, inmóvil, dejó pasar varios segundos hasta que volteó y constató que la señora continuaba su inmutable andar. ¡Podían verlo!
       Si podían verlo, también lo harían su esposa e hija, entonces…no, cómo va a volver, si ya asistieron a su funeral.
       Las espió, un tiempo, siguiéndolas a donde iban, pero corría riesgos de aparecerse y asustarlas mucho si lo veían, y gradualmente se alejó.
       Con demasiado tiempo de nuevo pensó qué hacer, pero no qué hacer como espectro, sino como humano, y esperó la siguiente oportunidad decidiéndolo. Concluyó que sería un fotógrafo, y no le importó demasiado la manera de hacerse con los insumos sin recursos financieros, bastó con ingresar a los negocios pertinentes como fantasma y esperar, y una vez corporizado tomar lo necesario y huir, en lo posible fuera del horario comercial.
       Los lapsos como fantasma se fueron acortando. Unos cuántos días, en los que ya no fue más un espectro, fueron la corriente por la que se dejó llevar, mirando todo de manera nueva, extraña a veces, otras no tanto, pero siempre diferente, buscando nuevos sentidos, comunicaciones, o nada definido.
       Dentro de un bosque, con la bondad que ofrecía el día nublado, el Sol no se colaba entre las ramas en desmedro de sus fotos, y se salvaban de un extremo contraste de luces y sombras. A qué no le habría sacado, sumergido durante horas en ese ámbito fabuloso, donde mundos y regiones se le ofrecían en paz, y aceptaban el ingreso casi cómplice en su cámara.
       Con los últimos rayos de luz, se encendió una brisa hasta ser un viento fuerte y arremolinado que agitó algunos árboles y que él no dejó de capturar, y cuando se hubo serenado, un ser luminoso, probablemente un ángel, comenzó a corporizarse, envuelto en un aura amarilla, que completaba su majestuosidad. Asustado como nunca antes, se sobrepuso como pudo y alzó la cámara que pendía de su cuello, apuntó hacia el ángel, enfocó, y disparó. Bajó la cámara, se miraron, y esta vez sintió un repentino júbilo, y después, las hojas secas que crujían, amortiguando el cuerpo de la cámara, y un resplandor blanco, creciente, fue borrando todo.

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